#55 LA CLAVE ESTÁ EN LA MIRADA

#55 LA CLAVE ESTÁ EN LA MIRADA

Descubrí esta escena en en una pequeña iglesia escondida en un callejón de Diekrich, en Luxemburgo. El tema me pareció interesante y el escenario una belleza. El edificio, viejo y con las paredes y los frescos deteriorados por el paso del tiempo, contrastaba con el órgano nuevo y reluciente. La música, la suave luz entrando por los laterales, el piano, las esculturas apoyadas en la pared, las sillas apiladas… La imagen estaba servida, o eso pensaba yo.

Movido por la emoción empecé a hacer fotos sin parar. Pero cuantas más hacía, más lejos estaba de conseguir mi objetivo. Con el sujeto de espaldas, el piano en medio de cada toma y la constante indecisión entre captar el detalle o el conjunto, la foto se me resistía. Trabaje por los laterales, cambiando de lente constantemente y disparando, una y otra vez, casi con desesperación. Velocidad, sensibilidad y apertura no eran el problema. La posición, la mirada. Esa era la clave de la fotografía y yo era incapaz de encontrarla.

Decidí parar. Llevaba demasiado tiempo invadiendo la intimidad del chaval y la frustración comenzaba a pasar factura. Me fui caminando hacia la puerta con sensación de amarga derrota y mi alma de fotógrafo tocada y hundida. Pero entonces eché la vista atrás y ví lo que buscaba. Hice una sola toma y me marché.

La imagen final no es nada del otro mundo, pero me gusta. Sobre todo, por la lección aprendida. Por muchas veces que dispares sobre una misma escena no aumentas las posibilidades de obtener una buena toma. Lo único que consigues es llenar la tarjeta de datos inservibles. La fotografía apareció cuando me liberé de la presión, tomé distancia y contemplé la escena, esta vez de verdad. La foto no estaba en los laterales, ni en un detalle. Lo que vi al entrar a la iglesia, lo que me cautivó en un primer momento, fue todo el conjunto. Y eso era lo que debía fotografiar.

Incluso en situaciones en las que la oportunidad es efímera y la velocidad y la agilidad son cruciales, merece la pena parar el tiempo, aunque solo sea por un instante, y observar. Solo así podemos imaginar, interpreatar y dar intención. Solo entonces merece la pena apretar el disparador.